Odio las reglas, las obligaciones y la ropa ajustada. A mi me gusta fluir.
Y el poeta cubano José Martí no me dejó mucha capacidad de movimiento cuando escribió que "hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro".
Menudo mandato social nos deja... Yo planté un árbol, escribí una tesis y tengo los mejores sobrinos a los que adoro como si fueran mis propios hijos. Ya está, ya había puesto tilde en todos los boxes.
Esto de la herencia, de dejar algún tipo de legado, de trascender de alguna forma me hace apostar en el futuro. Y quizás sos como yo que no entiende de futuros porque nació en una cultura del presente, que mira atenta el espejo retrovisor, casi imposibilitada de imaginar un escenario más allá del hoy.
Pero una vez con 36 años, una valija y una mochilita me vine a vivir a Barcelona y me di cuenta que se puede vivir de otra forma, mirando hacia adelante sin miedo a equivocarse o sin procrastinar mi vida en función de los demás. Y esa incertidumbre del futuro se transformó en un "si va bien, bien y si no también" y fue tan liberador! Mr C también me ayudó a ver la vida de una manera estable, planificando a largo plazo y con la certeza que sea lo que sea que nos pase, vamos a estar bien.
La edad es un factor fundamental en toda esta historia, para bien y para mal. Para bien porque la maternidad me agarra sólida, con muchas aventuras recorridas, entendiendo más cosas, económicamente más solvente y con un vagón de paciencia. Pero para mal porque la biología tiene su horario nos guste o no. Y Mr C y yo nos conocimos "tarde" y me hizo replantear mil cosas antes de tomar una decisión tan trascendental. ¿Quiero realmente ser madre o es una imposición social? Ser madre es para toda la vida, ¿estoy preparada para esto? ¿estoy lista para renunciar a muchas cosas a cambio de ganar en otras? ¿quiero tener sólo un bebé o quiero varios? ¿qué significa ser mamá? ¿vale la pena tanto desgaste físico? Y un día me relajé, hice las paces conmigo misma y tomamos juntos la decisión correcta. Así quedé embarazada de Little Bebé.
Aunque suena muy lógico y fácil, la verdad que atravesar el tratamiento de fertilidad in vitro no es simple. Todos me decían que era muy abierta al contarlo sin tapujos, pero la verdad es que yo no le veía el sentido a ocultarlo. "Hola, estoy ansiosa y deprimida por las hormonas, tengo la panza negra de tantos pinchazos, me crecieron tetas y estoy apostando todos los ahorros al rojo en la ruleta. Por favor aguantame como estoy, ya se me va a pasar" y listo. Aunque no lo haya querido, cada pequeño paso tenía un enorme impacto en la psiquis.
Me acuerdo que todo me hacía llorar, hasta un banner de venta de lanchas en la sección de fútbol del diario me hacía llorar. Gatitos en Instagram, la receta de una torta, lavarme las manos, todo. Era una emoción a flor de piel. Me habían advertido que era como estar con el síndrome premenstrual. ¡Mentira! es 1000 veces peor. A eso también hay que agregarle la ansiedad de querer que todos los pinchazos, ecografías y análisis pasen rápido y ya saber si funcionó o no. Sobre todo cuando las posibilidades son tan pocas, la inversión económica tan grande y la especulación tan inútil.
Culpo a todas las películas donde las protagonistas se enteran de si están embarazadas con un Evatest, de mis altas expectativas en cuanto a ese momento. Aunque la sensación de incredulidad y emoción cuando me llamó la dra y me dio la noticia, es la misma. Curiosamente no hubo lágrimas, sólo confusión y felicidad.
El embarazo fue relativamente fácil. A ver, voy a aclarar: a nivel físico sí fue casi todo fácil pero yo, que era una persona segura y determinada, me convertí en una bola de miedos y dudas con una panza desproporcionalmente grande desde el primer día de embarazo. Y no, no es que no tenía dolores y molestias. Los tuve. Incluso tuve contracciones previas al parto y pensé que era otra cosa (o tengo el nivel de tolerancia al dolor muy alto o me imaginé todo muchísimo peor de lo que finalmente fue). Eso sí el último mes me costaba respirar, caminar, moverme. Fue duro, no puedo decir que no. Pero tampoco terrible.
Mis amigas me hablaban de un momento de conexión con la panza, de cantarle y hablarle... y yo no lo sentía. No sé, era como hablarle a una rodilla, qué se yo... me parecía raro.
En la lotería de sentimientos exacerbados, entraba en juego la culpa ¿le llegarán todos los nutrientes a Little Bebé? ¿si duermo tres horas de siesta, será normal? ¿caminar cinco horas al día es mucho? y así todo un mar de dudas que no me dejaba tranquila, hasta que en la semana 19 mientras visitaba a mi familia y amigos en Buenos Aires, Little Bebé pateó por primera vez ¡qué emoción! estaba bien (y yo también).
El confinamiento del Covid-19 me cambió algunos planes. Tenía pensado ir a comprar ropita bonita, pañales, la cunita y todas esas listas interminables de cosas en persona, eligiendo el algodoncito, los colores, las florcitas, que todo combine, etc. etc. pero a veces las pandemias se interponen en nuestras ilusiones y terminamos comprando online lo que encontramos en precio. ¡Qué cara que es la ropa para bebé! pero si es tan chiquita y casi descartable, ¿por qué tan caro!? otra cosa que descubrí de la maternidad, es que hay un léxico que desconocía del que me fui familiarizando mientras leía todo lo que tenía a mi alcance y preguntando todo lo que no tenía idea. O sea todo.
A pesar del contexto pandemial, seguí haciendo controles y Little Bebé ya se mostraba bailarina de reggaeton desde las ecografías, presionaba la pelvis divinamente, a veces salía a pasear sacando el pie o el brazo cerca de mi ombligo como si fuera un alien, todo normal. Yo caminaba, hacía gimnasia, iba a nadar, dormía cuanto quería... Pero después el cuerpo pesó mucho, la energía desapareció y aparecieron nuevos dolores, los movimientos parecían en cámara lenta y la ropa que usaba de uniforme en la cuarentena ajustaba cada día más.
Sin embargo, por un breve tiempo pude disfrutar de algunos beneficios del embarazo: te dejan pasar primero, te ofrecen el asiento, te dejan ir al baño en todos lados, te miran y te sonríen. Yo estaba sorprendida con tanta atención. Ahora entiendo por qué las mujeres dicen que es su mejor momento en la vida. Claro, así cualquiera.
Ya en el mes 8 no entendía cómo la panza podía seguir creciendo, y lo hizo hasta la semana 39 cuando nació Little Bebé por cesárea, porque como todo en el 2020, venía de culo.