"Un hijo te cambia la vida" me lo repitieron infinidad de veces todos los neopadres que conozco. Siempre pensé que se referían a que tendrías a alguien a quien querer hasta el infinito punto rojo yendo y viniendo millones de veces. Y es verdad, eso sucede. Pero yo tenía la suerte de tener a quién querer antes de Little Nena: a Mr. C, a mi familia, a mis amigos, a las mascotas propias y ajenas... aunque tengo clarísimo que no es lo mismo el incondicional y unívoco amor a un hijo que el poliamor de la amistad, siempre pensé que es amor y punto.
"Un hijo te cambia la vida" me parecía una de esas frases que caen en lugares comunes como "si querés, podés" cuando en verdad hay que tener en cuenta que hay mil factores determinantes además de querer.
Después pensé que quizás se referían a que necesitaban un espacio más grande o tal vez les cambiaban algunos aspectos del día a día como la forma de entretenerse, de ir a restaurantes o cosas más simples. No sé... me imaginé muchas cosas porque como tía era una excelente madre. Lo que nadie me dijo es que te cambia la vida en múltiples aspectos además de estos. Algunos más superficiales y otros más profundos. Algunos son fáciles de aceptar y para otros hay que tomar muchos comprimidos de Adaptariol y Pacienex.
El otro día mientras hablaba con una amiga sobre la maternidad de Little Nena, me di cuenta que yo misma se la dije: "te cambia la vida". Porque la revolución es tan grande que no sos consciente de todo lo que te pasa o te cuesta procesarlo mientras pasa. Porque los ritmos son tan cambiantes que apenas te adaptas, ya cambia todo otra vez. Porque tu relación de pareja cambia porque hay que ser creativos para encontrar espacios de pareja en vez de familiares sin tener a nadie más para que cuide a Little Nena. Porque tu cuerpo cambia y necesitas reconocerte en tu nuevo envase, vestirlo y cuidarlo. Porque tu cosmovisión del mundo cambia porque ya no ves las cosas igual. Porque tu vida social cambia porque tus intereses se modifican y no todos lo entienden. Porque tus necesidades y prioridades cambian y dormir 8 horas de corrido o tener un espacio sola se vuelven tan necesarios como respirar. Porque tu concepto del tiempo cambia, como también la concepción del espacio propio, la ropa limpia y el extra de energía que nunca supiste que tenías a las 3 am mientras calmas a tu hija e intentas que vuelva a dormir. Porque la relación con la comida cambia e incluso cambia el tiempo que le dedicas o la forma en la que la cocinas. Porque extrañas tu independencia y espontaneidad mientras te acuerdas de poner un juguete en la mochila.
Pero sobre todo porque esta metamorfosis de mujer en madre no tiene vuelta atrás. Sólo avanza. Y nada ni nadie te anticipa todo esto salvo la simplificación verbal del aforismo "un hijo te cambia la vida".